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Un lugar y forma nueva

Carolina del Castillo Díaz. Egresada XXVIII.

Pasados ya más de 90 días desde iniciada la cuarentena en nuestro país, pienso cada vez más en estos últimos meses como etapas o fases. Haber pasado por la inevitable sorpresa inicial de la llegada del virus y el súbito cambio de nuestro día a día, luego el miedo al contagio, la angustia por no saber qué pasará, también la rabia ante toda esta situación y dando paso al duelo por lo perdido o lo que se perderá. Pero ahí no queda todo, porque el mundo sigue, nuestra práctica psicoanalítica también y lo único constante ahora es el cambio.

Inevitablemente pienso en las discusiones en congresos, jornadas o supervisiones, en las que se ponía en tela de juicio la efectividad de la psicoterapia de manera virtual; y ahora es la nueva modalidad. Ante esta situación, espacios como “La clínica del acontecimiento” ayudan y nutren para pensar y procesar en grupo los cambios que estamos afrontando en la práctica clínica con pacientes. Como Eitan Gomberoff mencionó, es hacer lugar donde no lo había.

En mi opinión, es todo un reto que nos fuerza a adaptarnos muy rápido y puede verse incluso como una oportunidad para utilizar todos nuestros recursos y creatividad para facilitar posicionarnos en esta forma nueva en el encuentro virtual con nuestros pacientes. No es el consultorio físico al que estábamos acostumbrados, pero tampoco es una situación absolutamente nueva porque hay algo que se mantiene: el vínculo. De lo que he ido encontrando en estos meses podría mencionar que es básica la disposición del paciente y respetar sus tiempos. Ayudó conversar previamente con cada paciente sobre los nuevos encuentros, donde las sesiones duraban lo mismo, pero se daban en un espacio diferente. Asimismo, explicar la importancia de ubicarnos en un lugar que sea lo más privado posible, libre de bulla, con buena conexión, etc. Las mayores sorpresas se fueron dando con los adolescentes y niños, en especial, los últimos, quienes con la frescura que los caracteriza desde el inicio me fueron guiando a una nueva forma de juego, combinando los materiales concretos con el uso de pizarras virtuales, buscando invitarme galletas o pasarme plastilinas por la pantalla. Pude sentir la emoción en sus miradas al ver nuevamente sus cajas de juego por la pantalla.  Mucho podría decirse sobre estos nuevos encuentros que están en movimiento, para lo cual la comunicación constante con nuestros colegas y espacios de intercambio en nuestra institución son fundamentales. Si bien mucho está cambiando, la calidez y cercanía afectiva con nuestros pacientes se mantiene.

Acontecidos: ante la paradoja de la presencia-ausencia

Paula Escribens Pareja. Profesora de Formación Académica en el CPPL.

En estos tiempos me he encontrado a mí misma pensando en la suerte que tengo al tener un trabajo que se puede hacer de forma virtual. Es verdad que la virtualidad abre la posibilidad de seguir encontrándonos con nuestros pacientes, sin embargo, supone una reflexión, ya que lejos de trasladar el trabajo a la virtualidad, abre una serie de fenómenos y especificidades que es clave pensar. Cada paciente y cada vínculo sigue siendo el mismo a la vez que se fundan nuevas subjetividades y nuevos espacios en la mente de cada paciente, así como en nosotros como analistas o terapeutas, que además estamos atravesados por el mismo acontecimiento.

Badiou (2006) definió el acontecimiento como aquello que es impredecible e incalculable y está sujeto a la suerte, y que además es indecible e inexplicable. No podemos usar ante él las reglas establecidas previamente, sino que éste inaugura su propio régimen de verdad. Tenemos entonces que poder pensar algunas de las cosas que nos van pasando a la vez que habitar y dejarnos impactar por otras, ojalá pudiendo tolerar la incertidumbre.

Hay quizá otras problemáticas sobre las que podemos ir pensando algunas cosas. Me viene a la mente una paciente con quien la presencia a través de una pantalla la lleva a encontrarse más bien con la ausencia de una forma desgarradora. A partir de esto se desatan procesos de duelo por una figura importante que perdió en su infancia y lo presente que ha sentido a su padre a partir de lo ausente que estuvo desde siempre. Una paradoja dolorosa que ahora se repite en el encuentro conmigo y que permite empezar a elaborar un duelo que parecía como detenido, congelado. El mundo tal como lo conocíamos ha desaparecido, sigue siendo el mismo y a la vez es absolutamente ajeno. ¿Cómo habitarlo e intentar ciertas coordenadas que permitan sentir que no se interrumpen todas las continuidades?

Qué tarea tan exigente pero necesaria, pensar lo específico de cada encuentro en este contexto, y qué puede estar significando en cada momento. Habitar nosotros mismos esas paradojas y poder experimentarlas y pensarlas, prestarnos para que nuestros pacientes exploren sus propios mundos internos y sus nuevas subjetividades, en un momento en el que estamos nosotros mismos atravesados por la experiencia de vivir un acontecimiento que nos ubica como habitantes de un mundo sin coordenadas claras y con una gran incertidumbre y desconcierto. Saldremos distintos, quizá esa es la gran ilusión.

EL PULSO ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE. Reflexiones sobre lo efímero del adentro y el afuera

Jorge Alberto Gorriti Gutiérrez – Egresado XXXVI.

Para quienes hoy poblamos, el planeta el fenómeno de globalización ha venido cambiando nuestras percepciones sobre el lugar que ocupamos en el mundo. Lo que era lejos se hizo cerca, lo que era extraño se hizo propio, las antiguas fronteras entre el adentro y el afuera se fueron desplazando tanto en lo social como en lo individual. Inauguramos el Siglo XXI sintiendo que somos partícipes de una red global de comunicación, información y conocimiento, con un desarrollo científico y tecnológico que alimentó una sensación colectiva de omnipotencia.

Las cada vez más reducidas tasas de mortalidad por enfermedades infecciosas y elevación de esperanza de vida nos crearon una ilusión colectiva de dominio en el inexorable pulso con la muerte.

La repentina y disruptiva aparición de una enfermedad infecciosa que superó las –ahora sabemos- precarias barreras de previsión, se insertó en nuestra cada vez más eficiente y global red comunicacional y no tardó el COVID 19 en hacer presente su sombra -con su cuota de sufrimiento y muerte- en los espacios de vida que bajo la denominación de públicos los habíamos adoptado como propios. El afuera de la muerte masiva, propio de las guerras y catástrofes que podíamos conocer solo por las noticias, irrumpió en nuestras vidas y nos recluyó en nuestras casas.

Ahora, aún aturdidos por el despertar de la delirante ensoñación de omnipotencia, luego de casi cuatro meses de cuarentena puedo ubicarme dentro del grupo de quienes miramos con ansiedad desde las ventanas de nuestro reducto familiar, el cómo la muerte a horcajadas sobre el virus va a la caza de compatriotas que la retan, sea porque la carencia y el hambre son más acuciantes o porque el omnipresente adentro de nuestra mente se ha convertido en más amenazante que el incierto afuera.

Como colectivo, desde la obligada frontera de aislamiento social a la que nos vimos forzados, solo nos queda mirar con más humildad y respeto el afuera conformado por una naturaleza de la que somos parte como especie, en el que siempre convivieron vida y muerte. Como individuos el reto será indagar en nuestro inconsciente más profundo cómo va nuestro propio pulso entre nuestras ganas de vivir y morir.

¿Salimos?

Carmen Valenzuela Alvarado Directora CIAPLA Psicólogos Promoción XII.

Llegas,

Ves su cuerpo inerte.

Entre el llanto y la incredulidad te rematas de preguntas:
¿Qué pasó?

Le preguntas al viento, al día, a quien no conoces,
pero por alguna razón aparece a tu costado.

No hay respuesta que calme.

Si lo piensas mejor, las preguntas disfrazan angustias.

Como película en retroceso, te invaden imágenes. Los recuerdos adquieren formatos de escenas que intentas congelar para encontrar indicios que expliquen lo que pasó.

La verdad libera cuando todavía hay oportunidad de cambios y tiempo de reparación, pero la verdad al costado de la muerte también es tormento.

No siempre recordar es volver a vivir. Recordar también es la ilusión de encontrar alguna fórmula para evitar lo que con dolor sabes no es posible cambiar.

¿Salimos? Me preguntó. No -contesté-. ¿Por qué? Afuera hay una amenaza que no provocamos ni generamos. Todavía no la entendemos, todavía no sabemos cómo vencerla.

¿Encerrados es la única forma? (repreguntó). No lo sé -contesté-. Por ahora estamos seguros. No pretendo que solo nos defendamos, te propongo combatirla. Estoy buscando la forma.

¿O sea, resignarnos a que nos encierren? Mientras tanto ¿qué hacemos? Sonreír -contesté-.

Ya no hubo más preguntas.

No sé desde cuando dejó de estar. No entendió mi sonrisa. Creyó que era cobardía o solo resignación. ¿Y si con detalle le hubiera explicado que afuera estaba la muerte? Que no hay conspiración mayor que la propia negación. Que no hay “chips” ocultos para controlarnos ni es una “falsemia” inventada para instalar dictaduras.

Esto cansa. No tengo ganas de nada. – Recuerdo que me comentó.

¿Y si hubiera atendido ese desgano como un aviso que su cuerpo se estaba apagando? El cuerpo sin ganas, es un cuerpo que se va apagando.

Quiero salir -me dijo-.

Yo no. Tengo miedo. Todavía no sé defenderme – le contesté-.

¿Si hubiera insistido en que no había nada afuera que no pudiera encontrar en su mundo interno? Que esa sensación de “vacío” no se llena con las “cosas de afuera”. Que ese vacío estaba antes de la pandemia, y que la ausencia de “poder” no significa la insignificancia de su vida.

En el revolcón de imágenes, a modo de recuerdos, aparece aquella vez que me expresó que quería irse a un lugar lejos, a la punta del mundo allá por el sur del sur del planeta. Que quería silencio, que disfrutaría de un café con pocos amigos y que escribir significaría paz.

Entiendo entonces, que la pandemia aceleró su partida. Que “salir” fue su forma de “irse”. No, no fue el encierro lo que le quitó fuerzas.

No tener miedo te hace peligroso.

Me da rabia que la ausencia de su cuerpo sume a la cifra de los que pierden hasta su historia.  Uno más entre los miles con la misma etiqueta de partida:  Covid-19.

Me da rabia que el virus siga vivo. Esa misma rabia, me hace saber que Yo también estoy viva, y a diferencia del virus, me inclino hacia la vida.

Volver a vivir ¿la misma? Vida

Elizabeth Haworth. Psicoanalista de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis.

La cuarentena implicó un encierro que constituyó un reto para quienes salíamos rutinariamente a trabajar o a socializar. Significó la alteración de la concepción subjetiva del tiempo y del espacio. Kennedy, psicoanalista inglés, plantea el concepto de hogar interno que es la representación simbólica que tenemos de nuestra casa, de nuestro hogar, de sus divisiones, de sus muebles, de su organización espacio temporal como un elemento fundamental en la constitución de nuestra identidad. El quedarse en casa ha significado para muchos una revaloración de ese espacio interno y a la vez externo. Muchos pacientes me han comentado sobre esta “reconciliación” con su casa, que la han cambiado, recreándola, descubriendo muchas cosas olvidadas y dejadas de lado. Esto les ha servido a su vez para desarrollar en el afuera un sistema de contención de las angustias de dentro. Otros, por el contrario, se han sentido presos, con deseos de escapar, de salir y han depositado en el hogar, lo siniestro, más lo extraño que lo familiar, la cárcel y el encierro, la parálisis de la inmovilidad como dice el vals.

Hoy se ha suspendido la cuarentena y podemos salir a la calle. Este nuevo momento nos trae nuevas angustias. Hemos pasado de un estado de ánimo colectivo inicial de júbilo triunfador por ser uno de los primeros países en implementar las medidas contra la pandemia, a la realidad actual de convertirnos en uno de los países con más víctimas, con una próxima crisis económica durísima y con la imagen de la gente haciendo cola con sus enfermos, buscando oxígeno, llorando a sus muertos. En este contexto de colapso, no solo de los sistemas de salud sino de los sistemas de contención y de cuidado en el país, tenemos que salir a la calle. Sabíamos que esta realidad existía, pero no la quisimos/pudimos ver. El psicoanálisis denomina a esta defensa inconsciente desmentida.

Así, el salir a la calle ha traído consigo otro tipo de angustias: la principal es el miedo, pero no cualquier miedo, es el miedo a los otros como portadores del contagio, el otro se torna peligroso, siniestro, rompiendo la posibilidad de establecer vínculos de solidaridad y de cuidado. Sin embargo, también coexiste la necesidad de volvernos a vincular con los otros y con nuestro entorno familiar, pudiendo generar una situación de descuido propio y ajeno. Repetir las defensas maniacas o quedarnos en un aislamiento que puede llegar a ser depresivo. Entonces, esta situación representa una suerte de negociación interna entre cuidarnos del virus objetivo y de la desvinculación interna, subjetiva. Lo virtual no es suficiente para relacionarse, hay necesidad de la corporeidad, de la presencia física de los otros. En esta disyuntiva estamos: en mantener un precario equilibrio entre vivir la vida protegiéndonos o vivirla auto engañándonos y descuidándonos.

LOS INTERLOCUTORES ANÓNIMOS

Estela Rosario Martínez Dorival. Egresada XXXV.

La pandemia nos ha impuesto, una forma de comunicación, de aproximación a los otros desde una pantalla, desde un audio, desde imágenes, los sujetos no hemos elegido comunicarnos así, solo no nos quedó de otra, y si bien es cierto nos ha ayudado a mantenernos en contacto, siento que nos estamos perdiendo de mucho, sobre todo los adolescentes, desde los diversos espacios donde solían socializar.

Hace unos días, un profesor me contaba su experiencia con sus alumnos de la academia pre-universitaria, me comentó que cuando acabó el ciclo, estaba muy contento, porque los alumnos en el chat le enviaron emoticones de agradecimiento; de pronto, caímos en cuenta que todos sus alumnos, al menos habían visto su cara, y que por lo tanto en un futuro si lo vieran por la calle, le podrían decir ¡hola profe!, y que él pasmado sin tener la menor idea de quién es, o de dónde lo conoce.

Lo que nos da a pensar en ese gran otro que señala, dándole así una significación, en ese mundo simbólico, a esa imagen desde la cual se constituye el registro imaginario, es decir que lo imaginario está estructurado de alguna manera por lo simbólico, pero si ello está mediado por imágenes (si las hay) parciales, o solo por voces, es como si se diera una distorsión en el registro imaginario, mediado por la virtualidad. Eso me hizo pensar en lo anónimo de esos vínculos, o en lo poco integrados que está con toda la persona, en estos tiempos.

Por ello como terapeutas, es importante analizar qué pacientes tendremos en el futuro, producto de estas relaciones, con qué fantasías nos vendrán, qué nos traerán a las sesiones, qué vacíos pueden estar dejando las imágenes, las no voces, apenas un nombre que no es suficiente para configurar un otro, para poder tejer vínculos; porque es evidente que habrán sensaciones de vacío, de fragmentación, de algo que no es completo pero que se dio.

De cómo empezar a estudiar psicoterapia psicoanalítica en tiempos de pandemia y no desfallecer en el intento

Promoción XXXVII

Nosotros, la Promoción XXXVII, iniciamos nuestra formación de una manera sui géneris: a través de una pantalla, en medio de una cuarentena; esto significó un reto y una experiencia nueva. Pese a las limitaciones que nos impuso esta modalidad virtual, encontramos varios beneficios. Hemos logrado construir vínculos positivos, un grupo que consideramos integrado. Por ello, nos propusimos compartir nuestra experiencia preguntándonos y reflexionando acerca de cómo creemos que la promoción se ha vinculado y lo que sentimos al respecto.

Las clases virtuales nos han sorprendido enormemente pues varios éramos escépticos a que este método, 100% virtual, pudiera funcionar. Sin embargo, el grupo ha estrechado vínculos de una manera muy extraña y especial. Normalmente es el contacto personal, la rutina de clases, el interés compartido por la formación lo que lentamente y con el paso del tiempo va generando una cercana relación. Pero, a pesar de no vernos de cuerpo completo, no solo logramos aprender muchísimo con respecto a los conceptos teóricos y prácticos del psicoanálisis, sino que también hicimos “amigos”.  Con la limitación de no poder conversar en los pasadizos, de no salir a comer algo juntos – entre otras cosas- hemos logrado la complicidad que surge entre “amigos”. Sentimos que estamos construyendo una amistad porque nos hablamos fuera de los horarios de clases, nos reímos, nos felicitamos, compartimos angustias, estudiamos juntos y estamos siempre pendientes los unos de los otros. Lo hacemos vía chat, videoconferencia o zoom. Con algunos ni siquiera nos conocemos físicamente, pero igual los lazos afectivos se dieron.

Hemos descubierto que lo virtual nos permite estar más atentos con nosotros mismos y los otros, así como con las lecturas y las clases, evitar el tráfico, tomar un trago (o más) en reuniones virtuales sin preocuparse por manejar un auto después, tomar capturas de pantalla durante la clase y “ampayar” a quienes están distraídos, conocer/compartir algo de nuestras casas, mascotas e hijos, vencer la resistencia de usar nuevas tecnologías y darnos cuenta que no era tan complicado al final del día. La necesidad de interacción y vinculación ha buscado su camino como una flor que florece en el pavimento, pues teníamos ansias de compartir nuestra experiencia e interactuar dada la intensidad de la formación y el escenario tan difícil y complejo que se nos ha impuesto a todos por la pandemia.

¿Hay buena química en la Promoción XXXVII? Muchos creen que la energía trasciende al tiempo y al espacio, así que quizás además de buena química hay también buena energía y se siente, aunque no estemos en la misma aula, físicamente juntos.

Psicoterapia en tiempos de cuarentena

Juan José Yon Kanto – Egresado XXXV.

La emergencia sanitaria ha tenido un enorme impacto en nuestras vidas y en particular, ha impuesto nuevos retos para nuestra formación como terapeutas. Un número importante de terapeutas adoptamos rápidamente la tecnología para continuar con los procesos terapéuticos y, si bien no todos los pacientes continuaron con la terapia, las tecnologías permitieron ofrecer líneas de ayuda a personas que en ese momento atravesaban por situaciones difíciles, o psicoterapia a personas que difícilmente hubieran iniciado un proceso por dificultades de ubicación o de su tiempo disponible.

Asimismo, la tecnología nos ha permitido no solo dar continuidad a los seminarios de formación y a las supervisiones, sino que ha ampliado las posibilidades con el acceso a seminarios con invitados internacionales, sin necesidad de viajar.

Algunos analistas han comparado esta crisis con una guerra, por las terribles consecuencias en términos de pérdida de vidas humanas, su impacto social y económico, y los efectos en nuestro psiquismo. Sin embargo, también podemos pensar que, a lo largo de la historia, las guerras han sido el motor de los grandes desarrollos tecnológicos que han tenido enorme impacto en la sociedad, incluido el psicoanálisis.

Surgen algunas preguntas acerca del uso de la tecnología, sus ventajas y desventajas, y el papel que juega el encuentro presencial para la construcción del vínculo. La coyuntura de la pandemia nos puede haber llevado a implementar ajustes rápidos que buscaban dar continuidad a los procesos y mantener nuestro quehacer profesional a buen recaudo, como una manera de reaccionar ante la amenaza de desaparición. Así como se habla de una fantasía de “superhombre” que ha sido derribada por la realidad de la pandemia, existe el riesgo de caer en la fantasía del “superterapeuta” que puede dar continuidad a los procesos. En tal sentido, la investigación y el intercambio de experiencias será muy importante para ir encontrando algunas respuestas.

Del engranaje al chip: el efecto de la desrealización en el contexto de la pandemia

Carlos Jibaja. Magíster en Estudios Teóricos en Psicoanálisis, Pucp. Profesor de Formación Académica en el CPPL.

Quiero referirme a la desrealización como uno de los efectos psíquicos en el contexto de la pandemia. La desrealización confiere la sensación de que el mundo es algo irreal; las cosas o personas circundantes, antes familiares, son percibidos como desconocidas o extrañas. La mencionada es una descripción clínica, pero en este texto prefiero recordar a la desrealización tal como la describe Gabriel García Márquez en Cien años de soledad cuando José Aureliano Buendía, antes de terminar sus días amarrado a un castaño, presentó un episodio de desrealización: “Pasó seis horas examinando las cosas, tratando de encontrar una diferencia con el  aspecto que tuvieron el día anterior, pendiente de descubrir en ellas algún cambio que revelara  el transcurso del tiempo (…) El viernes, antes de que se levantara nadie, volvió a vigilar  la apariencia de la naturaleza, hasta que no tuvo  la menor duda de que seguía siendo lunes (…) ¡La máquina del tiempo se había descompuesto!”

La máquina del tiempo antes de la pandemia ya presentaba cambios. La informática, el internet y la globalización pulverizó el modo en que la mecánica del tiempo, un tiempo en que la relación espacio y tiempo parecían indesligables, servía de compás a nuestra cotidianidad. Ha sido un cambio brusco pasar del engranaje al chip. Y, aun así, hasta la irrupción violenta del virus, el mar de la virtualidad permitía navegar, perplejos y desconfiados, por los desfiladeros de la realidad simulada y la postverdad, teniendo algunos criterios que nos anclaban a una realidad socialmente compartida. Uno de esos criterios, importante para nuestros sentidos y percepción del mundo, el contacto presencial con los otros. Hoy nos enfrentamos a la hiperrealidad de Baudrillard sin ese anclaje.

Tan letal como traidor, el virus puede estar escondido en el beso de un niño, en la risa de la pareja, en el abrazo del amigo. El impacto de lo real sobre la vida y la muerte es contundente. Confinados, disociados entre una realidad social sedienta de muertes y el espacio privado, la “nueva normalidad” está preñada por el efecto de la desrealización en el mundo en que nos hemos sumergido. La pantalla del zoom, el chat del whatsapp, las frases de twitter son las ventanas simuladas – sí, son marcas registradas – que mediatizan inoculando su cualidad de simulacro a las experiencias con los amigos, los compañeros de trabajo y los hechos más allá de nuestras familias.

Paradójicamente, hoy, el malestar de la desrealización es señal de salud mental; la extrañeza e irrealidad que nos surge es un efecto de lo real sobre la realidad simulada como si se tratara de una pequeña falla en la hiperrealidad de las imágenes. A la manera de un Matrix, ante la pérdida del contacto presencial, se busca “normalizar” estados mentales que se ajusten a la simulación de la realidad compartida. Como José Aureliano Buendía, la desrealización que se percibe en lo cotidiano surge del empeño de asegurarnos que el orden de las cosas y las palabras sigue moviéndose a un compás en que lo real y lo verdadero continúan teniendo un lugar en nuestras vidas.

Narcisismo y sociedad, según Joan Coderch

Joan Coderch (2013-2004). “La personalidad narcisista de nuestro tiempo”. En: Temas de Psicoanálisis, VIII-IX. Pp. 11-33.

Me parece razonable pensar que el incremento en el número de pacientes con personalidad narcisista que vemos en nuestros consultorios es, por lo menos en gran parte, debido a los cambios que, en forma progresivamente acelerada, desde las últimas décadas del siglo XX han ido desarrollándose en el tejido social. Y, dicho de forma más radical, pienso que si el número de personalidades narcisistas va en aumento es porque la nuestra es una sociedad notablemente narcisista, y una sociedad narcisista estimula y alimenta la aparición de personalidades narcisistas.

Todo ser humano ha de resolver los puntos álgidos de su existencia -sexualidad, pareja, trabajo, creación de la propia identidad y sentido de sí mismo, etc.- dentro de la trama psicosocial en la que ha nacido y se desarrolla. Y no parece difícil pensar que todas las carencias afectivas, formas distorsionadas de relación, intolerancia, agresividad, etc., de este tejido social repercutirán en la forma con la que el sujeto tratará de hacer frente a sus pulsiones, frustraciones y necesidades. Y mi opinión es la que de una sociedad y cultura narcisistas tienden a favorecer el desarrollo de personalidades narcisistas.

Hemos de tener en cuenta que aquello que ha sido más general en el pensamiento psicoanalítico ha sido el hecho de considerar la mente humana como definida por el desarrollo de unas estructuras predeterminadas, innatas y universales, que sólo precisan para desarrollarse de unas condiciones suficientes para la supervivencia, y desde este punto de vista, no se ha considerado que lo cambios sociales tengan una incidencia significativa en el desarrollo de la mente ni en su patología. Pero yo pienso que somos cada vez más los que creemos que la mente es un producto, así como un participante interactivo, del contexto social, cultural y lingüístico en el cual el sujeto construye su vida (Mitchell, S., 1988). Dicho de otra manera, creo que no son las pulsiones universales e innatas -sexuales y agresivas- las que determinan las relaciones objetales -y más tarde las relaciones interpersonales- sino, al contrario, las relaciones objetales las que determinan las vicisitudes, expresiones y caminos de las pulsiones. Y, desde esta perspectiva, queda claro que la trama psicosocial posee una decisiva influencia en el progresivo aumento del número de personalidades narcisistas. Y creo esto es especialmente cierto por lo que concierne a las personalidades narcisistas de tipo infantil a las que antes me he referido.

Se trata de personalidades con una gran intolerancia a la espera, que exigen una gratificación inmediata de sus necesidades y pesudo necesidades, con la boca siempre abierta para ingerir toda clase de bienes de consumo, drogas y todo aquello que les presuponga alguna clase de satisfacción, con un alto nivel de demanda hacia los otros y hacia “la sociedad”, entendida esta última como una imagen omnipotente que ha de facilitarles todo lo que desean, pero con un sentido nulo o muy escaso de aquello que los otros tienen derecho a esperar de ellos. Además, y en esto concuerda este concepto con el de los narcisistas de piel fina descritos por Rosenfeld, se sienten profundamente heridos cuando no son satisfechas sus demandas o cuando se les recuerda sus obligaciones, como si ello constituyera una tremenda injusticia. Pues bien, yo pienso que estas personalidades narcisistas de hoy en día vienen a ser los exponentes destacados y concretos del narcisismo que impera en nuestra sociedad. […]