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LA SALUD MENTAL DEL TERAPEUTA EN FORMACIÓN

Carlos Delgado Morris – Egresado XXXVI.

¿Qué pasa cuando pensamos en la salud mental del terapeuta que lleva como apellido “en formación”? ¿Qué sucede cuando entre los avatares de la vida profesional, la vida personal y el propio análisis, se suma la atención de pacientes? Arriesgaré algunos caminos. En primer lugar, la limpieza de nuestro frente de batalla: el análisis personal. No solo para estar preparados, sino para atajar algún hilo de nuestro propio proceso que el encuentro con nuestros pacientes pueda soltar (o jalar con determinación).  En este sentido, el espacio de supervisión también va a ser fundamental para observar, a partir de los comentarios de los pares y del supervisor o supervisora, esos aspectos que todavía no conocemos y que nos puedan generar uno que otro dolor de cabeza. En segundo lugar, sostener pacientemente una “disociación académica” para entender que lo aprendido en clase no necesariamente se aplica de forma directa al más puro estilo de un manual de cocina. Uno de los grandes principios de la actuación contemporánea sostiene que el actor debe manejar dos grandes herramientas: el reconocimiento de lo que debe hacer (el análisis de texto, de personaje, etc.) y el momento, definido como el espacio/tiempo donde se produce la representación. Es en este momento donde se debe olvidar absolutamente todo y simplemente reaccionar a lo que el otro actor o actriz propone para llegar a un momento de verdad.

No dejo de pensar en la regla fundamental del analista: la atención libre flotante. Al finalizar la sesión con el paciente, lo aprendido en clase, lo leído, lo discutido, volverán para entender y enriquecer nuestra práctica. Finalmente, disfrutar. Entender que, a pesar de las complicaciones, el aburrimiento, algunos miedos o cualquier otro regalo que nos ofrezca la contratransferencia, no olvidar que esto se hace porque nos gusta. Volver a hacer “click” con las razones por las que hacemos esto nos ayudará a convertir los problemas en preguntas. Acomodarnos y escucharnos a nosotros mismos, así como (intentamos) escuchar a nuestros nuevos pacientes, es parte del camino que buscamos como terapeutas en formación para alcanzar nuestra propia salud mental. Como me decía una legendaria maestra de actuación: “todo cuesta trabajo, sólo hay que hacerlo divertido”.

“SALUD MENTAL, PSICOANÁLISIS Y NEUROCIENCIA”

Nora Rivas Plata Alvarez – Psicoterapeuta de Orientación Psicoanalítica. Magíster en Neurociencias, UNMSM.

La decimoprimera edición de la “Sinopsis de Psiquiatría” de Kaplan & Sadock propone seis enfoques para conceptualizar la salud mental:
1. Como “por encima de lo normal”; un estado objetivamente deseable, como en la definición Freudiana: la capacidad de trabajar y amar.
2. En el desarrollo de un adulto sano, como “madurez”.
3. Presencia de diferentes fortalezas humanas.
4. Inteligencia emocional y relaciones objetales provechosas.
5. Bienestar subjetivo, un estado mental que se percibe feliz, satisfactorio y deseado.
6. “Resiliencia”, capacidad de adaptación y homeostasis.

Esta conceptualización nos hace pensar en alguien que ha logrado un desarrollo neuropsíquico, consecuencia de la interacción de factores genéticos e influencias socioambientales que han sido determinantes en la construcción de su personalidad.

Tratar entonces, a un ser humano que sufre, requiere haber superado las limitaciones del dualismo y el reduccionismo y comprenderlo en su integridad. Requiere comprender que su sufrimiento psíquico consciente neocortical, se expresa también en los niveles psíquico inconsciente paleocortical, funcional-orgánico, metabólico-tisular y genético-celular de su personalidad (Ortiz, P, 1994, 2004, 2019). Este punto de vista, permite comprender mejor a Mc Dougall cuando señala: “… algunos sujetos reaccionan al desamparo psicológico mediante manifestaciones psicosomáticas… la emoción es esencialmente psicosomática… al eyectar la parte psíquica de una emoción, se expresa la parte fisiológica, siendo así los individuos, víctimas de todo tipo de explosiones somáticas, cuando se producen ciertos acontecimientos”.

Ya en 1999, Kandel proponía que “la biología del próximo siglo, se halla de hecho en buena posición para responder a algunas de las preguntas acerca de la memoria y el deseo y que estas respuestas serán más abundantes y tendrán mayor significado si se forjan a partir de un esfuerzo sinérgico por parte de la biología y el psicoanálisis”. En este sentido, conocer al cerebro como un sistema de memoria, nos permite profundizar en la importancia del sueño, a decir de Bolognini, como “… un área onírica potencialmente y ocasionalmente creativa, basada en la posibilidad de representar, descomponer y re-combinar los elementos del mundo interno del sujeto, siendo posible concebir vertientes no solo defensivas, sino hablar de un proceso de elaboración onírica de vivencias y probablemente de pensamientos”.

Esta complementariedad entre Psicoanálisis y Neurociencia, permitirá encontrar el punto en que se intersectan el aquí y ahora, con el allá y entonces, y contribuir a recuperar la salud mental de nuestros pacientes.

LAS FAMILIAS MIGRANTES VENEZOLANAS – EL PROCESO DE ADAPTACIÓN Aproximaciones al Síndrome de Ulises

Carmen Wurst – Psicóloga Psicoterapeuta Psicoanalítica. Coordinadora del Proyecto Desarrollando Bienestar Psicosocial para la población migrante, refugiada y de acogida en Perú.

El número de venezolanos que abandonaron su país ha alcanzado los cuatro millones, según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

Llegar al Perú es como el viaje de Ulises, relataba Lucía, en una sesión de grupo con las familias migrantes, las que eran acogidas en el centro pastoral San José en San Juan de Lurigancho. El grupo conformado por madres con bebés lactando, niños jugueteando o trepando el cuerpo de sus progenitoras, hombres jóvenes, espigados, algunos en estado de alerta, otros reflexivos y deseosos de empezar a trabajar y cumplir con sus familias, relatan:

“Después de un largo y tortuoso recorrido, pasamos por situaciones nunca vividas por nosotros, caminamos entre montañas, poblados, viajando en camiones, buses o triciclos, teniendo que dejar en el camino las pertenencias preciadas, por no resistir el peso de la vida sobre los hombros”.

Un desplazamiento forzado, es una forma dolorosa y apremiante de huir del peligro y la carencia. Es la extrema elección entre la vida y la muerte. Algunos autores, siguiendo las palabras de Lucía, han denominado al estrés del migrante, como un choque cultural, que puede desplegar el Síndrome de Ulises o síndrome del estrés crónico del inmigrante (Achotegui, 2009).

Emprender esa travesía, como lo hizo Ulises al salir de Ítaca, produce muchos sentimientos, en primer lugar, la incertidumbre por ese lugar desconocido pero esperanzador, el dolor del hambre, la rabia, el duelo, la tristeza, el miedo, sentimientos sobrellevados por la ilusión de encontrar algo mejor. Pensar en un mundo, que se idealizó en la mente, que sirvió de impulso para salir de su país.

La llegada de las familias y su incorporación a la población de acogida, pasa por muchos movimientos psicológicos, en los cual se dan procesos de encuentro con un “otro” y “ajeno” como diría Berestein (2008). La llegada de la población venezolana nos confronta con la alteridad. En ese movimiento, se dessubjetiva al otro, se produce la exclusión, la discriminación, el rechazo. Las familias venezolanas se convierten en un ajeno que no es bienvenido ni incorporado en la mente. Desde nuestra disciplina, podemos hacer mucho por mejorar esta situación.  Proporcionar una mirada, es darle la condición de sujeto a quien migró por salvar su vida.

Espacios para pensar

Alvaro Silva Silva Santisteban – Egresado XXXIV.

Pedro Morales una vez me dijo que cuando uno se mete en esto de la psicoterapia “no se puede meter a medias, uno para meterse en psicoterapia, tiene que meterse a fondo”. Pasamos muchas horas leyendo, estudiando y trabajando en solitario. Paradojalmente, trabajamos solos, en vínculos y relaciones de mucha intimidad e intensidad. Pero la psicoterapia suele ser un trabajo solitario.

Los espacios abiertos, conversatorios y conferencias son una oportunidad de poder seguir aprendiendo y adquiriendo conocimientos, pero para mí su riqueza radica en que tienen una doble ganancia. Son espacios para compartir. Compartimos conocimiento intelectual, pero además compartimos afecto. Estos espacios tienen la posibilidad de transformarse en espacios de ilusión. Trascienden al intercambio científico colectivo y a la satisfacción individual. Lo científico puede ser el motivo que congrega, pero al unirse en un solo espacio muchas mentes, se ponen en juego distintos planos de intercambio. Nos acompañamos, nos sostenemos, nos comprendemos y sobre todo podemos disfrutar de lo creativo de los encuentros.

Creo que en el contexto actual resalta la importancia y riqueza de estos espacios. La crisis actual convoca imperiosamente la intervención psicoterapéutica. El ataque a nivel físico del virus, con todos sus agregados como el aislamiento, afecta en gran medida la salud mental. E igualmente afecta nuestra labor. No tenemos modelos ni referentes para poder encajar el acontecimiento que vivimos. En la incertidumbre buscamos maneras de poder habilitar nuevos espacios para pensar en medio de un terreno desconocido, donde algunas de las herramientas de nuestro maletín no calzan o resultan insuficientes. Además, no estamos librados de las angustias que aquejan a nuestros pacientes. La pandemia conlleva un sufrimiento global. Nos vemos con la tarea de sostener a nuestros pacientes en sus angustias, mientras también las sufrimos en carne propia (y no por identificación proyectiva). Para poder sostener es importante poder sentir confianza. Difícilmente podremos trasmitir algo que no se tiene. Los espacios de discusión virtual nos permiten entonces pensar con muchas mentes la experiencia, en busca de descubrir nuevos modelos teórico/técnicos que nos faciliten la comprensión, pero también nos permiten salir del aislamiento. Creo que los espacios ABIERTOS que promueve el CPPL, se caracterizan justamente por la apertura que no satura su objetivo, se encuentran abiertos para contener y transformar nuestras experiencias, angustias, y temores. Para así poder seguir navegando en el terreno de lo inconsciente con confianza, a pesar de no tener horizontes que referencien nuestra ubicación actual.

Un espacio para florecer

Noelia Somocurcio -Egresada XXXVI.

En estos momentos, muchos aspectos de nuestra cotidianidad se han paralizado o restringido: visitar a la familia, salir con los amigos, ir al trabajo, viajar… Los días pasan, sin horarios definidos y la incertidumbre de cuándo podremos recuperar esos espacios, nos aflige aún más.

Desde un ángulo, esta compleja situación nos muestra todo aquello que se ha perdido. Pero, desde otro, permite dar cuenta de aquello que sí se tiene, de las cosas que se pueden disfrutar y de las nuevas salidas.

Cuando se cierra la posibilidad de ver afuera, surge la mirada introspectiva, la fantasía y la creatividad. Se abre el espacio a lo interno como lugar para transformar y transformarse.

 

En lo personal, con el paso de las semanas, me he permitido reconectar con ese aspecto artístico-creativo que siempre ha estado conmigo. Viendo ilustraciones encontré una que me hizo mucho sentido en estos momentos. Pero también sentí que la quería transformar, para expresar en ella mis propias emociones e ideas.

Es así que les comparto este cuadro que he pintado. “Flore-siendo” muestra a una mujer en el mar en medio de olas de tonos suaves y oscuros. Pero es en ese mismo mar, que se muestra su proceso de transformación reflejado en distintas flores que salen de ella.

En medio de esta pandemia, creo que cada uno puede encontrar, a su ritmo, un espacio para florecer. Existen muchos caminos,  el arte es uno de los tantos para transformar y crear nuevos espacios.

Vientos de cambio

Miguel Eduardo Requena Agüero. Egresado XXXVI.

Hace algunos sábados tuve la oportunidad de extender mi actividad académica participando en el espacio “La clínica del acontecimiento” que el CPPL organizó con la finalidad de convocar ex alumnos, alumnos, profesores e interesados que quieran juntos pensar respecto a cómo la pandemia nos ha violentado y establecido en un nuevo tiempo, que aun siendo todavía caótico nos enfrenta a desafíos que serán material para un estudio venidero, pero también un hecho traumático que presumiblemente dejará secuelas, no sólo como sociedad, sino también en el quehacer profesional de la práctica clínica.

Tuve una experiencia especial, porque se me encomendó la responsabilidad de estar a cargo de la sala virtual. Esta suerte de nuevo “lugar” que nos permite conectarnos y “estar” juntos sin estarlo. Una posibilidad que nos brinda la tecnología para también “estar” como pacientes y terapeutas manteniendo nuestra actividad.

Los panelistas invitados expresaron ideas claras que sirven como “luces” en medio de esta suerte de “obscuridad”, como bien lo graficó Eitan Gomberoff y además escuchamos material clínico de Paula Escribens y Audrey Fleischman que ilustraron bastante bien, cómo se vienen movilizando conceptos como el “adentro y afuera”, lo “nuevo y lo viejo”, lo “permanente y temporal”, etc.

La actividad me hizo reflexionar en cómo aún no estamos en la capacidad de hacer todas las preguntas. No hemos podido finalizar con esta suerte de tiempo “transitorio” que nos afecta y lo cambia todo, sin saber aún hasta qué punto. Como en el juego tuti frutti, que nos contó Eitan o el paseo virtual que recibió Paula, donde el niño establece nuevas reglas, pero no sólo para jugar, sino creo yo, para expresar lo que siente y poder sostenerse.

Este espacio “transitorio” nos descoloca y hace que inclusive nuestro encuadre interno, se vea trastocado, permitiendo licencias, seguramente por la ilusión de que en algún momento todo vuelva a ser como antes. ¿Podremos?

Un lugar y forma nueva

Carolina del Castillo Díaz. Egresada XXVIII.

Pasados ya más de 90 días desde iniciada la cuarentena en nuestro país, pienso cada vez más en estos últimos meses como etapas o fases. Haber pasado por la inevitable sorpresa inicial de la llegada del virus y el súbito cambio de nuestro día a día, luego el miedo al contagio, la angustia por no saber qué pasará, también la rabia ante toda esta situación y dando paso al duelo por lo perdido o lo que se perderá. Pero ahí no queda todo, porque el mundo sigue, nuestra práctica psicoanalítica también y lo único constante ahora es el cambio.

Inevitablemente pienso en las discusiones en congresos, jornadas o supervisiones, en las que se ponía en tela de juicio la efectividad de la psicoterapia de manera virtual; y ahora es la nueva modalidad. Ante esta situación, espacios como “La clínica del acontecimiento” ayudan y nutren para pensar y procesar en grupo los cambios que estamos afrontando en la práctica clínica con pacientes. Como Eitan Gomberoff mencionó, es hacer lugar donde no lo había.

En mi opinión, es todo un reto que nos fuerza a adaptarnos muy rápido y puede verse incluso como una oportunidad para utilizar todos nuestros recursos y creatividad para facilitar posicionarnos en esta forma nueva en el encuentro virtual con nuestros pacientes. No es el consultorio físico al que estábamos acostumbrados, pero tampoco es una situación absolutamente nueva porque hay algo que se mantiene: el vínculo. De lo que he ido encontrando en estos meses podría mencionar que es básica la disposición del paciente y respetar sus tiempos. Ayudó conversar previamente con cada paciente sobre los nuevos encuentros, donde las sesiones duraban lo mismo, pero se daban en un espacio diferente. Asimismo, explicar la importancia de ubicarnos en un lugar que sea lo más privado posible, libre de bulla, con buena conexión, etc. Las mayores sorpresas se fueron dando con los adolescentes y niños, en especial, los últimos, quienes con la frescura que los caracteriza desde el inicio me fueron guiando a una nueva forma de juego, combinando los materiales concretos con el uso de pizarras virtuales, buscando invitarme galletas o pasarme plastilinas por la pantalla. Pude sentir la emoción en sus miradas al ver nuevamente sus cajas de juego por la pantalla.  Mucho podría decirse sobre estos nuevos encuentros que están en movimiento, para lo cual la comunicación constante con nuestros colegas y espacios de intercambio en nuestra institución son fundamentales. Si bien mucho está cambiando, la calidez y cercanía afectiva con nuestros pacientes se mantiene.

Acontecidos: ante la paradoja de la presencia-ausencia

Paula Escribens Pareja. Profesora de Formación Académica en el CPPL.

En estos tiempos me he encontrado a mí misma pensando en la suerte que tengo al tener un trabajo que se puede hacer de forma virtual. Es verdad que la virtualidad abre la posibilidad de seguir encontrándonos con nuestros pacientes, sin embargo, supone una reflexión, ya que lejos de trasladar el trabajo a la virtualidad, abre una serie de fenómenos y especificidades que es clave pensar. Cada paciente y cada vínculo sigue siendo el mismo a la vez que se fundan nuevas subjetividades y nuevos espacios en la mente de cada paciente, así como en nosotros como analistas o terapeutas, que además estamos atravesados por el mismo acontecimiento.

Badiou (2006) definió el acontecimiento como aquello que es impredecible e incalculable y está sujeto a la suerte, y que además es indecible e inexplicable. No podemos usar ante él las reglas establecidas previamente, sino que éste inaugura su propio régimen de verdad. Tenemos entonces que poder pensar algunas de las cosas que nos van pasando a la vez que habitar y dejarnos impactar por otras, ojalá pudiendo tolerar la incertidumbre.

Hay quizá otras problemáticas sobre las que podemos ir pensando algunas cosas. Me viene a la mente una paciente con quien la presencia a través de una pantalla la lleva a encontrarse más bien con la ausencia de una forma desgarradora. A partir de esto se desatan procesos de duelo por una figura importante que perdió en su infancia y lo presente que ha sentido a su padre a partir de lo ausente que estuvo desde siempre. Una paradoja dolorosa que ahora se repite en el encuentro conmigo y que permite empezar a elaborar un duelo que parecía como detenido, congelado. El mundo tal como lo conocíamos ha desaparecido, sigue siendo el mismo y a la vez es absolutamente ajeno. ¿Cómo habitarlo e intentar ciertas coordenadas que permitan sentir que no se interrumpen todas las continuidades?

Qué tarea tan exigente pero necesaria, pensar lo específico de cada encuentro en este contexto, y qué puede estar significando en cada momento. Habitar nosotros mismos esas paradojas y poder experimentarlas y pensarlas, prestarnos para que nuestros pacientes exploren sus propios mundos internos y sus nuevas subjetividades, en un momento en el que estamos nosotros mismos atravesados por la experiencia de vivir un acontecimiento que nos ubica como habitantes de un mundo sin coordenadas claras y con una gran incertidumbre y desconcierto. Saldremos distintos, quizá esa es la gran ilusión.

EL PULSO ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE. Reflexiones sobre lo efímero del adentro y el afuera

Jorge Alberto Gorriti Gutiérrez – Egresado XXXVI.

Para quienes hoy poblamos, el planeta el fenómeno de globalización ha venido cambiando nuestras percepciones sobre el lugar que ocupamos en el mundo. Lo que era lejos se hizo cerca, lo que era extraño se hizo propio, las antiguas fronteras entre el adentro y el afuera se fueron desplazando tanto en lo social como en lo individual. Inauguramos el Siglo XXI sintiendo que somos partícipes de una red global de comunicación, información y conocimiento, con un desarrollo científico y tecnológico que alimentó una sensación colectiva de omnipotencia.

Las cada vez más reducidas tasas de mortalidad por enfermedades infecciosas y elevación de esperanza de vida nos crearon una ilusión colectiva de dominio en el inexorable pulso con la muerte.

La repentina y disruptiva aparición de una enfermedad infecciosa que superó las –ahora sabemos- precarias barreras de previsión, se insertó en nuestra cada vez más eficiente y global red comunicacional y no tardó el COVID 19 en hacer presente su sombra -con su cuota de sufrimiento y muerte- en los espacios de vida que bajo la denominación de públicos los habíamos adoptado como propios. El afuera de la muerte masiva, propio de las guerras y catástrofes que podíamos conocer solo por las noticias, irrumpió en nuestras vidas y nos recluyó en nuestras casas.

Ahora, aún aturdidos por el despertar de la delirante ensoñación de omnipotencia, luego de casi cuatro meses de cuarentena puedo ubicarme dentro del grupo de quienes miramos con ansiedad desde las ventanas de nuestro reducto familiar, el cómo la muerte a horcajadas sobre el virus va a la caza de compatriotas que la retan, sea porque la carencia y el hambre son más acuciantes o porque el omnipresente adentro de nuestra mente se ha convertido en más amenazante que el incierto afuera.

Como colectivo, desde la obligada frontera de aislamiento social a la que nos vimos forzados, solo nos queda mirar con más humildad y respeto el afuera conformado por una naturaleza de la que somos parte como especie, en el que siempre convivieron vida y muerte. Como individuos el reto será indagar en nuestro inconsciente más profundo cómo va nuestro propio pulso entre nuestras ganas de vivir y morir.

¿Salimos?

Carmen Valenzuela Alvarado Directora CIAPLA Psicólogos Promoción XII.

Llegas,

Ves su cuerpo inerte.

Entre el llanto y la incredulidad te rematas de preguntas:
¿Qué pasó?

Le preguntas al viento, al día, a quien no conoces,
pero por alguna razón aparece a tu costado.

No hay respuesta que calme.

Si lo piensas mejor, las preguntas disfrazan angustias.

Como película en retroceso, te invaden imágenes. Los recuerdos adquieren formatos de escenas que intentas congelar para encontrar indicios que expliquen lo que pasó.

La verdad libera cuando todavía hay oportunidad de cambios y tiempo de reparación, pero la verdad al costado de la muerte también es tormento.

No siempre recordar es volver a vivir. Recordar también es la ilusión de encontrar alguna fórmula para evitar lo que con dolor sabes no es posible cambiar.

¿Salimos? Me preguntó. No -contesté-. ¿Por qué? Afuera hay una amenaza que no provocamos ni generamos. Todavía no la entendemos, todavía no sabemos cómo vencerla.

¿Encerrados es la única forma? (repreguntó). No lo sé -contesté-. Por ahora estamos seguros. No pretendo que solo nos defendamos, te propongo combatirla. Estoy buscando la forma.

¿O sea, resignarnos a que nos encierren? Mientras tanto ¿qué hacemos? Sonreír -contesté-.

Ya no hubo más preguntas.

No sé desde cuando dejó de estar. No entendió mi sonrisa. Creyó que era cobardía o solo resignación. ¿Y si con detalle le hubiera explicado que afuera estaba la muerte? Que no hay conspiración mayor que la propia negación. Que no hay “chips” ocultos para controlarnos ni es una “falsemia” inventada para instalar dictaduras.

Esto cansa. No tengo ganas de nada. – Recuerdo que me comentó.

¿Y si hubiera atendido ese desgano como un aviso que su cuerpo se estaba apagando? El cuerpo sin ganas, es un cuerpo que se va apagando.

Quiero salir -me dijo-.

Yo no. Tengo miedo. Todavía no sé defenderme – le contesté-.

¿Si hubiera insistido en que no había nada afuera que no pudiera encontrar en su mundo interno? Que esa sensación de “vacío” no se llena con las “cosas de afuera”. Que ese vacío estaba antes de la pandemia, y que la ausencia de “poder” no significa la insignificancia de su vida.

En el revolcón de imágenes, a modo de recuerdos, aparece aquella vez que me expresó que quería irse a un lugar lejos, a la punta del mundo allá por el sur del sur del planeta. Que quería silencio, que disfrutaría de un café con pocos amigos y que escribir significaría paz.

Entiendo entonces, que la pandemia aceleró su partida. Que “salir” fue su forma de “irse”. No, no fue el encierro lo que le quitó fuerzas.

No tener miedo te hace peligroso.

Me da rabia que la ausencia de su cuerpo sume a la cifra de los que pierden hasta su historia.  Uno más entre los miles con la misma etiqueta de partida:  Covid-19.

Me da rabia que el virus siga vivo. Esa misma rabia, me hace saber que Yo también estoy viva, y a diferencia del virus, me inclino hacia la vida.