Por José Barrios García Calderón, Psicoterapeuta psicoanalítico de la promoción X de la Escuela del CPPL
El suicidio es siempre una emergencia psiquiátrica siendo siempre el psiquiatra el responsable legal.
La norma del suicidio es su relación con la psicopatología depresiva, desde la tristeza hasta la más profunda melancolía y desesperación. Esta es, generalmente, endógena, pero muchas veces gatillada por factores exógenos lo cual es diferente a la aflicción, que es una reacción de tristeza relacionada a pérdidas o duelos que, si no se elaboran, devienen en depresión de tipo exógena. La depresión es endógena cuando se ha puesto en marcha un proceso con relativa independencia al mundo externo del paciente y el desconocimiento consciente de qué es lo que ha perdido.
Si en el infante hay una separación materna sin sustitución, hay un período de llanto, ansiedad e inquietud, y al prolongarse, es con apatía y desmotivación; estamos ante una depresión anaclítica, pudiendo el niño morir o crecer con indiferencia afectiva e ideación alterada: obsesiones, psicosis y suicidio. Gran parte de los suicidios en adolescentes se relacionan con la depresión anaclítica y la sensación de soledad e inseguridad.
A los adultos, las depresiones prolongadas los aíslan y los conectan más con su cuerpo (hipocondrías), siendo la característica más constante los impulsos de autodestrucción. Siempre hay que considerar la edad de la persona o si tiene enfermedades crónicas o invalidantes. El suicidio en personas de la tercera edad puede ser por vulnerabilidad frente a la jubilación, muerte o separación de seres queridos o enfermedades. En ellas hay un desequilibrio narcisístico con sensación de minusvalía y desesperanza del self donde nada es placentero ni satisfactorio. Hay desesperanza y pérdida de ideales o proyectos, donde el pasado es culpa, la presente frustración y el futuro no existe; todo asociado a ansiedad, insomnio e impulsividad.
Por otro lado, el riesgo suicida está asociado a otras enfermedades mentales y a abuso de sustancias tóxicas
Si vemos algunos números sobre el suicidio por género, los hombres se suicidan tres veces más que las mujeres, mientras que las mujeres lo intentan cuatro veces más que los hombres.
En cuanto al suicidio y psicoanálisis, Freud menciona que la idea fundamental del suicidio es parte de un homicidio. Está siempre presente la dinámica amor-odio, donde el amor por el objeto se transforma en odio, el objeto se denigra y se le hace sufrir con una satisfacción sádica y pasa de ‘quiero matarlo’ a ‘merezco que me mate’.
Freud y Abraham se refieren a la existencia de ciertas condiciones de riesgo en los estados melancólicos severos que pueden llevar a la autoeliminación:
– Elección narcisista de objeto,
– Ambivalencia,
– Pérdida de objeto,
– Identificación con el objeto perdido (introyección) y
– Satisfacción del odio sobre el objeto introyectado (suicidio).
Desde el superyó, el suicidio es una vuelta del sadismo contra la propia persona.
Según Melanie Klein, hay otros suicidios de carácter más activo; son intentos desesperados para bajar la presión del superyó con actos extremos de sumisión o rebeldía. Se busca el castigo y el asesinato de los objetos originales donde la fantasía básica sería: “me mato yo para que no viva él”. El yo y el ello tratan de matar a los objetos malos y salvar a los objetos buenos internalizados en el camino de realizar o no el suicidio.
Klein considera también al suicidio como una actuación psicótica, como un mecanismo de defensa ante ansiedades persecutorias y como única salida a crueles imagos internas, con mecanismos mágicos de omnipotencia.
La doctrina clásica psicoanalítica sobre el suicidio es la obra de Menninger (El hombre contra sí mismo, 1938). Este afirmó, que, de acuerdo con el concepto freudiano del instinto de muerte, existe en nosotros propensiones hacia la autodestrucción que llega a ser suicidio cuando se combinan muchas circunstancias y factores.