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[Dejar atrás] La tristeza cultural

Alcira M. Alizade (1998).  “La tristeza cultural”. Cap. 5 Vida cotidiana de las mujeres solas. En: La mujer sola. Ensayo sobre la dama andante en Occidente.

“[…] La mujer que ha logrado estar bien sola no depende únicamente de los suministros ajenos para su bienestar. Sabe procurarse compañía en el mundo y cuidar su guarida, de donde extrae elixires de vida. La soledad tranquila es un gran bien. La mujer se desprende de lo imperativos sociales degradantes y explora su estado de soledad. Encuentra en él una felicidad que le fue largamente negada por las condiciones socioculturales de existencia. Disfruta el paisaje nuevo que la cultura le ofrece y hasta puede exclamar aliviada: “¡Al fin sola!” Está sola por elección y libre albedrío.

Cuando la mujer se muestra sola, no hay ningún ser a su lado. Esta forma puede llamarse “estar sola expuesta”. Expuesta a la mirada del otro, al comentario público, a los prejuicios. Cuando la presión social cultural desmerece su condición de sola, la situación se hace más difícil y la tristeza cultural puede anidar en sus sentimientos. “Sola como un perro”, decía una mujer de sí misma mientras vivía su viudez denigrada.

Que una mujer habite sola por fuera no significa que viva aislada. ¡Las mujeres solas suelen cultivar maravillosos vínculos de trabajo, de solidaridad, de amistad, de ocasional convivencia! La sublimación, ese especial destino pulsional, la conduce a explorar el arte, la ciencia, el turismo, los clubes, los deportes, los negocios, los idiomas…

Muchas mujeres se las ingenian para no perder la soledad. Les encanta, nadan en ella como pez en el agua. Estar sola tiene gusto a independencia. La mujer se detiene en las veredas de la vida y considera su condición de sola en su ancha magnificencia. No se apresura en correr al primer amparo que la sustraiga de esa condición. Por lo contrario, se solaza en ella y la trabaja. Trabajar la soledad consiste en recorrerla, transitarla, tropezar y avanzar nuevamente.

Al liberarse del peso agobiante de la tristeza cultural, descubre la liviandad de la travesura, la posibilidad de la conquista. Se descubre dueña de sí para salir en busca de los afectos y objetos apropiados (acompañantes para una reunión, amantes para la vida erótica, amigos para las tertulias, amigas, dinero, etc.). El desafío, al principio, produce temor y vergüenza: más tarde, enfrentado ya, contento e hilaridad. Es un aprendizaje para la libertad.

¿Quién le teme a la mujer sola? Las propias mujeres “no solas” suelen mirarla con una mezcla de recelo, lástima y envidia. Marginada de los espacios sociales y reuniones que son solamente “para parejas”.

Que se abra la puerta y pasen, agrupadas, las mujeres solas en sus diferentes situaciones vitales: separadas, solteras, viudas, casadas… […]”

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