Manuel Maldonado, psicoterapeuta psicoanalítico exalumno del CPPL.
El fin de semana pasado, la comunidad del CPPL celebró un nuevo congreso. Esta es una actividad en las que congregamos a alumnos, exalumnos, docentes e invitados internacionales, con la intención de pensar e imaginar aspectos de la vida humana que, difícilmente, conseguimos capturar en palabras, en un esfuerzo de comenzar a decir aquello que todavía no sabemos cómo decir: un acto que viene en un grupo, un pensar juntos.
Pensar aún sin respuestas, haciendo esfuerzo para alojar el hecho mismo de aún no tenerlas. En un tiempo donde las ideas pretenden ocuparlo todo —pretenden regirlo todo— recordamos que también las ideas pueden volverse tiránicas. Que la racionalidad, cuando olvida su raíz en lo incierto, en lo afectivo, en lo trágico, despoja a la vida de su aliento.
Durante el evento aparecieron muchas preguntas que me impresionaron por importantes sobre cómo distinguir una idea nueva de una repetición muerta, o sobre cómo saber si lo que aparece es acto creativo o fantasma del pasado. Preguntas sobre cómo, por momentos, los gestos de novedad pueden volverse formulaicos, pero como a pesar de ello no dejamos de intentar entender y participar de estos actos creativos.
“Los vínculos curan”, escuchamos una y otra vez, en salas distintas, en tiempos cruzados. Frase que, me impresionó, marcó el tono de este encuentro. Vínculos que no solo reparan sino son fuente de dolor y sufrimiento. Un momento especial del congreso ocurre cuando la sala entera canta un vals peruano (siguiendo el canto de los panelistas) y de pronto la melodía compartida nos transforma en un cuerpo y un mensaje colectivo: “solo se odia lo que se ha querido”.
Estas notas sobre el amor luego abrirán paso a nuevas preguntas: si el amor todo lo vence, ¿significa eso que estamos llamados a amar incluso aquello que nos hiere, que nos reduce, que nos humilla? ¿Debemos ser tan magnánimos? ¿Hasta qué punto el credo del amor no se convierte en una trampa, una que legitima la entrega incluso al verdugo?
Y en ese filo aparece la perversión: no solo como forma de transgresión, sino como configuración que inventa un orden a medida del narcisismo, y que excluye todo lo que no cabe en su espejo. Un perverso que requiere cómplices —a veces ingenuos, otras tantas fascinados— que sostengan la ficción compartida.
Por momentos las ponencias adquieren un tono preocupante, urgente: señalan un estado de cosas actuales de sumo peligro, de dinámicas que giran en torno al engaño, de padres que cumplen con lo mínimo pero que no consiguen otorgar un plus que permita la emergencia de un adulto capaz de asumir responsabilidad y cuidado sobre otros. Adultos padres que proveen lo necesario para sobrevivir, pero no lo vital para impulsar el deseo y la imaginación; un estado de cosas en donde notamos la población más joven de nuestra sociedad en riesgo continuo de caer en vacíos, en desesperanzas, en tragedias ante la ausencia de figuras adultas con fuerza suficiente para sostener el lugar de la ley y la ética adulta. El adulticidio —complementario al infanticidio— se consuma cuando nadie se pronuncia, cuando nadie puede sostener la agresión transformadora, cuando el odio queda sin lugar y se vuelve violencia.
Lo vemos en padres que quieren ser amigos. Y en adolescentes que —en su desesperación— buscan padres, no para obedecerlos, sino para tener algo contra qué definirse, algo que permita interrumpir la voracidad del vacío. Algo que no sea solo consumo, sino contención.
Pero en este evento también encontramos un poco de luz, de voces que llaman a la restitución: de la función adulta, de la palabra como acto ético. Trabajos que apuestan por el esfuerzo necesario para reabrir conflictos y no sofocarlos. Una comunidad que, en lugar de idealizar lo inmediato, lo juvenil, lo ilimitado, apuesta por una esperanza adulta: la de poder alojar el dolor, sostener la diferencia, donar tiempo. Personas en un trabajo que invita a participar no solo en la búsqueda de respuestas, sino también en nuestra habilidad para acompañarnos mutuamente con las preguntas que hacemos y abrimos. En el tejer palabras que intentan brindar cuidado y escucha abierta, disponible.