Enma Quispe Yabar – Terapeuta egresada Promoción 38
Han pasado cuatro años. Cuatro años significativos, entre alegrías, aprendizajes y frustraciones. El reconocimiento de nuestros propios límites y también de nuestras posibilidades. Entre seminarios, lecturas; no pocas, pero seguro no demasiadas. También el analisis personal y las supervisiones. Han pasado estos cuatro años y como todo en la vida que acompañados el psicoanálisis vivimos la incertidumbre quizá con menos angustia, con la confianza de lo que se aprendió y la humildad de lo que nos falta aprender.
Han pasado cuatro años de formación que han sido una auténtica aventura, comenzando la formación como un reto lleno de temores y esperanzas.
Las ilusiones han tomado forma, unas concretándose y otras se han ido desvaneciendo, pues la realidad también nos ha traído maravillosos regalos junto con duelos procesados. Cada momento vivido va dejando huellas imborrables, transformándonos y llevándonos a nuevos horizontes. Al término de este periodo, tal vez nos queda el sabor de la esperanza activa y de gratitud, porque si todo es fruto del esfuerzo que se pone para realizar el deseo, también hay una parte que tiene sabor a gratuidad y oportunidad de soñar nuestra vida al estilo Bioniano.
Considero que no existe hazaña, grande o pequeña, que se haya emprendido ni alcanzado sin partir de un estado inevitable de insatisfacción. Quizá, quienes iniciamos esta formación, sentimos precisamente eso antes de empezar, pero es un proceso tan personal que siempre estamos en constante aproximación y lo que digo seguro solo se acerca a los motivos de quien. Descubrir por qué uno elige ser psicoterapeuta psicoanalítico es una tarea nada sencilla. Seguro una interrogante con el tiempo podremos armarle la respuesta. Como no recordar las supervisiones, los resúmenes, los controles de lectura, las profundas clases de metapsicología y nuestro andar por las lecturas Desde Freud a Lacan, de Klein a Winicott, de Ferenzci a Bion y de Kohut al infinito y más allá de la teoría para pensar. Todo conforma un viaje largo y vital que exige una mirada profunda a nuestro propio mundo interno. Es una aventura que requiere la valentía de abrazar el deseo y navegar en el por la realidad que nos rodea.
Mientras escribo esto, recuerdo a cada uno de los maestros que nos han guiado en este proceso de formación, a los compañeros de este viaje, a los puntos de vista diferentes y otros más parecidos, a las interminables revisiones de teóricos, las risas y las amistades que se han forjado, y la capacidad de acompañar el dolor de otro, ya sea manifestado en un síntoma o puesto en palabras.
Han sido cuatro años maravilloso, llenos de aprendizajes, uno se siente parte de la familia del CPPL, de las jornadas, congresos, otras promociones. Sé que vienen otros caminos, en este término interminable, como todo lo que tiene ver con el psicoanálisis, un camino sin final, un camino plagado de aprendizaje y gratitud. Creo que un día habrá un espejo que refleje con nitidez no solo las líneas del rostro o de la mano, sino también el puntaje acumulado en el arduo oficio de vivir, con bonus incluido. Mientras ese espejo no esté disponible, nos ampara el psicoanálisis para bucear en nuestro lado oscuro para recuperar la evidencia, por ahora invisible, de nuestros mejores aprendizajes y de nuestros momentos de dolor no procesados. Y en tanto disfrutar de la vida, de lo bonito y también de lo doloroso que es inevitable.
Como no sentir que hemos transitado cada quien y cada cual, por un centro que nos ha formado como una madre suficientemente buena. Y que tiene el rostro de nuestros maestros, supervisores y nuestros analistas. Y a mí en este punto solo me queda decir: ¡siempre gracias!!