Por Mg. Liliana C. Granel, psicoanalista y presidenta del Consejo Directivo del CPPL
Ha transcurrido el año 2024. Un año más que pasa, un año para celebrar y brindar por la vida, en nuestra querida Institución el CPPL. Habitamos un mundo post-pandemia, que nos ha obligado a convivir con la incertidumbre, también un mundo que nos sorprende, una y otra vez, con el horror de las guerras, en una compulsión a la repetición tanática, difícil de procesar, y nos enfrenta a las violencias, en sus diferentes formas, pero que, conmovidos por estas, nos hacen pensar, a dar voz fuerte a los que no la tienen.
El psicoanálisis tiene una ardua tarea: enfrentar nuevos desafíos, pensar la subjetividad como una producción a través de las vicisitudes pulsionales, como tejido de lazos complejos y variables, donde el narcisismo, las identificaciones producto de la conflictiva edípica, son una historia que pertenece al pasado pero que se despliega permanentemente en la versión actual del sujeto, y participan del funcionar del mismo.
Los psicoanalistas heredamos conceptos, ideas para re-pensarlas, y ser críticos para modificar aquello que sea necesario, y así, mantener al psicoanálisis vivo, dinámico, en una apuesta por ayudar al sujeto a lograr una mejor armonía en la difícil tarea del vivir.
En esta celebración 2024, también me corresponde, una tarea difícil: Despedir a la querida Promoción 38. Un grupo que empezó en pandemia, donde la pantalla era nuestro único contacto. Una Promoción con alumnos tan lejos como Luisa en Canadá, María Paola y Sonia en Italia, Carla y Enma en provincias del Perú, y los otros integrantes del grupo en Lima. ‘Lejos’ y ‘cerca’ fueron tomando distintos significados, pero el entusiasmo por aprender los y nos agrupa.
Tengo múltiples sentimientos, los he visto atravesar estos cuatro años, crecer en estos cuatro años… ¿Pasaron cuatro años? ¡Que rápido! Los recuerdo, al inicio de la formación, ávidos por aprender, un grupo curioso, cuestionador, que se asombraba al descubrir el nuevo mundo del psicoanálisis. La transformación en cada uno de ustedes es evidente, el tiempo no pasó en vano, dejó sus marcas, sus huellas, registrando las distintas experiencias, tanto en el estudio de la teoría, como en el análisis personal. Como diría Bion: fueron aprendiendo de la experiencia.
¿Que curiosa nuestra profesión? Una disciplina que tiene que desarrollar una Voz y una Escucha especial. Una voz que interroga, que cuestiona la historia de cada uno que consulta, una voz que apacigua angustias, y, que al mismo tiempo explora lo inconsciente, lo no sabido. Una profesión que confronta con el dolor, las dolencias en silencio, tanta las del cuerpo como la de la psiquis. Nuestra sensibilidad siempre puesta a prueba.
También, nos entrenamos para estar ubicados en la escucha, para escuchar los silencios, para registrar el tono de voz, el lenguaje sin palabras del cuerpo, los propios pensamientos que metabolizados son transformados en interpretaciones.
Aprendimos, juntos, que el aparato psíquico funciona como una forma de alquimia conflictiva, entre la rememoración y el olvido, y ambos, son necesarios para conservar el sentimiento de identidad y la capacidad para pensar. Eterna oscilación entre la imaginación de la memoria y la capacidad creativa del olvido.
La psicoanalista Virginia Ungar nos dice: “El gran valor y apuesta del psicoanálisis es la de ofrecer un espacio de historización, pero, también oportunidad de subjetivación”.
Les deseo, que no pierdan el asombro y entusiasmo frente a la vida. Me alegra haberlos conocido, haberlos tenido como alumnos y deseo, que ustedes, futuras generaciones de analistas sigan apasionados y comprometidos con darle más vida y continuidad a nuestra disciplina.
¡El provenir del psicoanálisis depende de ustedes!