Ana Estrada. A pocos días de su partida

Lic. Elizabeth Selem – Psicoterapeuta psicoanalítica de la promoción XXI del CPPL

Ana Estrada: amiga muy estimada y admirada

Me ha sido tan difícil escribir este texto, que agradezco me lo hayan solicitado. No sabía si debía hacerlo a modo de despedida, de expresión de mi admiración hacia Ana y/o del cariño que le he tenido y seguiré teniéndole. Ella estará presente siempre en mi mente y en mi corazón.

La recordaré como la mujer clara, fuerte y de una gran firmeza, persistencia y coraje para, desde el lecho en el que permanecía llevar adelante su lucha por una causa que no solo le iba a favorecer a ella. No fue egoísta ni quiso beneficiarse ella solamente. Su empeño se desplegó sabiendo que la ley que lograra podría favorecerle, pero también a otros. Y, sabemos que supo, a pesar de que sus fuerzas físicas no le acompañaban, creer y pelear por algo que significaba poner coto a lo que ya no era vida plena y sí evitar dolores y suplicios que no la engrandecían. Ella fue una gran mujer. Los que estuvimos cerca somos testigos de su fortaleza y valentía.

Ana tuvo paciencia. Empezó creyendo en algo que parecía imposible ser aceptado en nuestro medio. No fue fácil ni agradable esperar algo que al inicio nos parecía casi imposible.

Ana será siempre recordada y querida por todas las personas que, como ella necesitarán de ese recurso que ahora está siendo aceptado en nuestro país como un derecho. Ana no fue ni débil, ni egoísta, al contrario: consiguió lo que todos veíamos muy lejanamente posible.

Fue una persona digna como también lo fue su muerte. Es de admirar cómo tuvo no solo valentía sino paz y tranquilidad para planificar su partida de este mundo.

Lo que ha logrado Ana es no solo su descanso definitivo sino también convencernos de que la solidaridad es poderosa, igual que necesaria, pues hace fuerte a los que necesitan “caminar” hacia un objetivo significativo y valioso. Ella empezó publicando sus sus blogs, que nos ayudaron a tomar verdadera conciencia de su situación (reales limitaciones y dolores) que la apresaban y la disminuían como persona. Nos hizo partícipes, en ese entonces, de su padecer, y lo hizo sin quejas, ni reclamos a nadie. Esos escritos que leímos con admiración y extrañeza nos convocaron, no a tenerle pena o lástima sino que nos abrió el entendimiento y el alma, y nos invitó a un contacto y acompañamiento más cercano a pesar de no poder acudir físicamente a su lado siempre. Nos mantuvo siempre expectantes.

Soy yo testigo de su delicadeza y de su humor característicos. No la percibí nunca amargada; sí con cólera, por ejemplo, ante la pérdida de su intimidad, de su libertad, y ante la demora en la atención de su demanda de parte de la oficialidad, ante la desidia de muchos. Y también fui testigo de su reconocimiento y agradecimiento a las personas más cercanas (su familia, sus buenas enfermeras y sus amigo/as) y hacia los que pública y anónimamente creyeron en su lucha y la apoyaron en la búsqueda y consecución de lo que necesitaba para lograr la paz anhelada.

Sé que algunas personas no estarán de acuerdo con mis apreciaciones pero no importa. Yo logré, hasta donde se pudo, sentirla y estar cercana. Así leímos, y ella más que yo (mil veces, me lo dijo) el texto bíblico titulado. “No hay valores absolutos” y que empieza diciendo: “Hay bajo el sol un momento para todo, y un tiempo para hacer cada cosa: Tiempo para nacer y tiempo para morir; tiempo para plantar y tiempo para arrancar lo plantado… (Sigue, en Eclesiastés, 3)

 

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