Dr. Luis Alberto Suárez Rojas – Doctor en Antropología y psicoterapeuta en formación de la promoción 40 del CPPL
El tema del Día Mundial de la Salud Mental 2025, celebrado el pasado 10 de Octubre, se centró en la salud mental y el apoyo psicosocial en la respuesta a emergencias. En el actual contexto global marcado por el cambio climático, los desastres naturales y los conflictos sociales de gran magnitud, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha decidido dedicar este año a reflexionar sobre la importancia de cuidar la salud mental ante situaciones críticas y profundamente disruptivas, como las emergencias sanitarias, los desastres socioambientales, los conflictos armados y los fenómenos migratorios. La OMS destaca que los efectos psicológicos y sociales de estas emergencias pueden ser graves a corto plazo, pero también generar consecuencias duraderas.
Sin duda, las cifras son alarmantes. El Comité Internacional de Rescate (IRC) advierte que, en solo 20 países con altos niveles de deterioro, se concentra el 82 % de las personas en crisis humanitaria a nivel mundial para el año 2025. Lugares como Sudán enfrentan la mayor crisis jamás registrada, mientras que Siria vuelve a situarse entre los cinco países de mayor preocupación. Por su parte, el Internal Displacement Monitoring Centre (IDMC) informa que, en el año 2024, más de 24 millones de personas fueron desplazadas por desastres naturales en la región de Asia-Pacífico, evidenciando la magnitud de los desafíos humanitarios y medioambientales que enfrenta el mundo.
En tiempos de crisis, la OMS nos invita a reconocer la urgencia de construir respuestas públicas y colectivas que protejan la salud mental e imaginar medidas para reconstruir lazos humanos, la solidaridad y el acompañamiento emocional. Este llamado pone en evidencia la necesidad de un trabajo organizado, colectivo e institucional capaz de ayudarnos a transitar experiencias tan intensas de pérdida y dolor psíquico. Ante ello, vale preguntarnos: ¿qué nos corresponde reflexionar y hacer como colectivo en nuestro país para asumir este desafío y cuidar la salud mental de todos?
Desde hace varios años, en nuestro país hemos sido testigos del fenómeno de la migración y los desplazamientos forzados, motivados por las difíciles condiciones económicas y políticas en la región. No obstante, es fundamental abordar críticamente la xenofobia y el despliegue de las múltiples formas de violencias (en plural) y rechazo que acompañan estas dinámicas, especialmente por su impacto en la salud mental. Abordar estas realidades desde el reconocimiento del dolor psíquico y, al mismo tiempo, desde la esperanza y la resiliencia, constituye una tarea necesaria para pensar, sentir y actuar públicamente.
Del mismo modo, hemos sido testigos del crecimiento exponencial del crimen organizado y de la ola de terror urbano que se extiende en muchas ciudades del país, mientras el Estado parece replegarse, dejando en la población una profunda sensación de abandono. El asedio constante del crimen organizado envuelve a las ciudades en una atmósfera tanática y mortífera, con graves repercusiones en la salud mental y física de las personas. Esta política del terror y la muerte erosiona la esperanza de muchos hogares, que se hunden en el dolor, el desasosiego, la ansiedad y la desconfianza, mientras jóvenes hombres y mujeres ven restringidas sus posibilidades de movilidad y libertad por el temor a perder la vida, ya sea en sus propios barrios o en el transporte público (Suárez, 2025).
Desde mi perspectiva, el llamamiento de la OMS supone el reconocimiento de una acción pública y colectiva frente a las graves amenazas a la salud mental que afectan a muchas personas y hogares. Esto nos invita a reflexionar sobre las implicancias políticas del trabajo clínico, tal como sugiere Carolyn Laubender en The Political Clinic: Psychoanalysis and Social Change in the Twentieth Century (2024). Desde mi mirada, retomo la noción de “lo político” en el sentido que propone Chantal Mouffe: como una dimensión ontológica de la vida social, que se mueve en el entramado de la coexistencia humana, el conflicto, el antagonismo, la alteridad y la diferencia. Retomando a Laubender (2024), creo que lo fundamental es que sostiene que una clínica psicoanalítica entendida políticamente puede contribuir a reimaginar categorías como la raza, el género, la sexualidad, la infancia, la nación y la democracia.
De ello se desprenden, a mi entender, dos horizontes de posibilidad. Por un lado, ampliar el campo de la clínica psicoanalítica más allá del consultorio, generando formas de acompañamiento psicoterapéutico orientadas a las poblaciones afectadas por el terror urbano y sus implicancias psíquicas. Por otro lado, desplegar modos de intervención desde lo político hacia lo público, utilizando el dispositivo psicoanalítico como una herramienta para pensar colectivamente y contribuir a procesar este complejo escenario de abandono estatal y violencia urbana, abriendo así la posibilidad de responder de manera colectiva y organizada ante estas experiencias compartidas.
Creo que pensar públicamente esta situación —es decir, reflexionar colectivamente sobre la crisis institucional, el miedo y las múltiples formas de violencia— puede ayudar a elaborar —digerir simbólicamente— lo que estamos “sufriendo” y, al mismo tiempo, imaginar otras formas de convivencia y cuidado desde una clínica políticamente situada frente al dolor psíquico.
Referencias.
Mouffe, C. (2009). En torno a lo político (S. Laclau, Trad.). Fondo de Cultura Económica.
Laubender, C. (2024). The political clinic: Psychoanalysis and social change in the twentieth century. Cambridge University Press.
Suárez R., L. A. (2025). Cartografías del terror, violencia y abandono: Posibilidades desde una clínica situada. En XXI Congreso Internacional Tensión y Conflicto. Psicoanálisis en tiempos de polarización [Ponencia]. Centro de Psicoterapia Psicoanalítica de Lima, CPPL.