Julieta Bareiro (2013) – “2. La clínica winnicottiana. Reflexiones sobre el análisis y la posición del analista”. En. Revista Interdisciplinaria de Filosofía y Psicología.
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Lo que puede destacarse es que este tipo de clínica no se detiene en el conflicto psíquico freudiano, entendido como la tensión entre deber y realización del deseo, o como la triangularidad del complejo de Edipo. Aparecen fenómenos de diversa naturaleza que remiten a la incertidumbre entre ser y existir: la experiencia de futilidad, de inautenticidad, de vacío. No se trata de que rechace el factor del síntoma, la rivalidad edípica, el problema del deseo y su satisfacción. Pero pareciera que da un paso atrás y pone el acento en donde estos factores se sostienen. En todo caso, la problemática freudiana podría leerse como un derivado del existenciario winnicottiano. Para el psicoanalista inglés, lo radical es la continuidad de la existencia a partir de donde un sujeto comienza a ser. Los avatares pulsionales y la diferencia sexual se manifiestan con posterioridad. La diferencia que Winnicott menciona es que, en los primerísimos estadios, el problema no está frente al deseo, sino ante la necesidad. Justamente, necesidad de existir. Resulta indispensable la existencia de otro que cobije y sostenga, aunque no se tenga conciencia alguna de ello. […]
Así, una de las diferencias más sustantivas entre la clínica de Freud y la de Winnicott radica en que, mientras el primero se abocó al trabajo clínico de las neurosis de transferencia, el segundo se dedicó –en especial– a aquellos cuyas perturbaciones podían responder a conflictos ubicados en momentos anteriores. Mientras que Freud da por sentado el cuidado de las necesidades del niño, Winnicott advierte acerca de los fenómenos que aparecen en su clínica, cuando estos no han sido lo suficientemente buenos. […]
Este desplazamiento la cura winnicottiana no es algo que el análisis le hace al paciente, sino en la medida de lo que el paciente es capaz de hacer consigo mismo en presencia del analista. Este giro sobre el comando del análisis indica que, en última instancia, lo significativo es que el paciente se sorprenda a sí mismo. El acento está puesto sobre lo propio del sí, lo creativo y lo espontáneo.
[…] El análisis surge como un ámbito confiable metaforizando el cuidado materno. La tarea es la de sostener la experiencia de ser, resguardando la singularidad. Estas formulaciones traducen al análisis no como la imagen freudiana de una partida de ajedrez, sino como juego espontáneo. Para Phillips (1997) la teoría winnicottiana no se adhiere al saber del inconsciente como piedra fundamental y en su lugar ubica a la salud caracterizada por la espontaneidad y la intuición; términos ausentes en el pensamiento de Freud o Klein (p. 68).
No se trata tanto de que el análisis no “tiene reglas”, sino de que el ajuste extremo a ellas sería del orden del sometimiento. Como bien lo señala Coloma Andrews (1999): “Winnicott le da al juego un rol básico para poder dejar expresar la espontaneidad que, en su criterio, es la creatividad. Esto hace posible un resultado que importe al paciente como individuo y no al acatamiento a referentes psicopatológicos como patrón de trabajo en la técnica” (p. 52). Lo que Winnicott invita es a que el análisis no quede enquistado en fórmulas o definiciones enigmáticas, sino a que sea una experiencia real y significativa para el paciente.